No tenía tiempo de escurrir sus mojadas ropas, así que sacó de su mochila la muda que había preparado mientras enterraba las prendas mojadas en la tierra. El kel’dorei portaba colores verdes y negros en su armadura de cuero. Tanteó las dagas gemelas que se encontraban firmemente ancladas a ambos lados de su cadera. Confirmó que las hojas estuvieran bien untadas en veneno… su misión solo era la de espiar, pero siempre existía el riesgo de ser descubierto, y no iba a dejarse coger tan fácilmente.
Cogió aire y se pegó a la pared, fundiéndose con las sombras como estaba acostumbrado a hacer. El muro era frío y húmedo, pero no le importaba, estaba nervioso.
Se deslizó con gracilidad unos metros, pero se detuvo al ver al guardia elfo apostado junto a la puerta. El rostro del guardia era inexpresivo, como si portara una máscara tallada en piedra. El ondeante tabardo púrpura se ceñía a una armadura de placas lustrosa, sin duda un excelente contrincante… que debía evitar.
Observó el muro más allá del guardia, buscando las sombras en este. Haciendo uso de su control de las sombras caminó por el frío camino de estas, deslizándose hasta quedar en la espalda del guardia.
El sin’dorei ni siquiera se inmutó, era buena señal.
Observó la multitud de personas que deambulaban por la estancia principal. Era lo más parecido a un recibidor en forma de media luna, plagado de sillones en color púrpura que hacían juego con la enorme alfombra gris plata que cubría completamente el suelo de la habitación.
Todos portaban el mismo tabardo que había visto en el guardia de la entrada, solo que no todos eran personas de armas.
Algunos portaban largas túnicas e iban enfrascados en la lectura de pesados y enrevesados libros polvorientos, en otros había reconocido el olor a los venenos que el mismo empleaba, otro incluso eran adiestradores de temibles bestias… por lo visto el lugar era variopinto, tenía mucho que informar.
Decidió seguir a una joven orca ataviada con curtidas y toscas pieles de animal que se dirigía con presteza por uno de los innumerables pasillos portando lo que parecía una tosca talla en piedra con la forma de un pájaro de alas extendidas.
Entró en una habitación que desprendía un fuerte olor a lo que se le antojó manzanas asadas con canela, tanto que sintió hambre, pero se reprendió en silencio y volvió a concentrarse en su tarea.
Una joven trolesa ataviada con una túnica de vivos colores parecía impartir una clase entre los presentes. La orca depositó la talla en la mesa y la trolesa pareció darle las gracias, aunque el no entendía ni una palabra del lenguaje que utilizaban.
Observó a la multitud. Gente de todas las edades y razas se encontraban en silencio, observando como la trolesa les explicaba lo que parecía un conjuro de sanación menor, utilizando para ello a uno de los alumnos, un joven elfo pelirrojo que se desenvolvía con aire resuelto, aunque nervioso, siguiendo las instrucciones de la maestra.
Giró sobre sus pasos y oteó a las figuras apostadas a lo largo del pasillo. Un pálido elfo entrado en la madurez y ataviado con una ostentosa túnica plagada de filigranas en hilo de plata conversaba unilateralmente con un enorme orco que portaba el cabello recogido en dos gruesas y oscuras trenzas.
Le llamó la atención que el orco se comunicara mediante descriptivos dibujos en un trozo de pizarra. Observó unos segundos y pudo discernir que hablaban sobre la alimentación de los raptores, cosa que perdió su interés en escasos segundos, haciendo que continuara su camino.
Había recorrido un par de pasillos cuando se encontró de frente con una figura que se dirigía en la dirección opuesta a el, cruzándose sin que ella advertiera su presencia. Se trataba de una menuda sin’dorei de cabello oscuro como el ala de un cuervo y envuelta en una oscura túnica. La acompañaba lo que parecía un pequeño diablillo que no paraba de saltar y dar vueltas a su alrededor para la incomodidad de la elfa, que se paró un par de veces para reprenderle en un lenguaje, que aunque no comprendía, pudo identificar como el Thalassiano.
Sus ojos se clavaron en la insignia que pendía de uno de los extremos de la capa de la elfa. La reconoció al instante como embajadora. Debía seguir sus pasos, sin duda allí encontraría mejor información que siguiendo a simples acólitos.
Llevaba bajo el brazo un fardo de pergaminos enrollados y lacados con el símbolo de la horda. Parecían importantes y eso solo despertó su curiosidad aún más.
El corazón le dio un vuelco cuando la elfa se detuvo en seco frente a el, tan secamente que casi descubría su presencia. Deslizó la mano hacia uno de los bolsillos de su túnica y sacó una pequeña esfera centelleante donde los colores se arremolinaban en su interior, la observó durante apenas un par de minutos y la guardó de nuevo, reanudando su marcha, con el detrás, inexpresiva.
Se cruzó con un anciano cargado de libros que, para sorpresa del Kal’dorei, era un humano. Intercambiaron un par de palabras en tono amable y este se alejó, murmurando “Voy a necesitar más tinta para esto…” en perfecto común. Debía de averiguar quien era ese humano.
Siguió su camino tras la sin’dorei hasta llegar a una gran puerta de madera maciza. Elaboradas filigranas habían sido talladas en ambas hojas describiendo lo que parecía una historia en la que un libro pasaba de manos, pasando por todas las razas, incluidas la suya propia.
Lo que reconoció al instante como una sacerdotisa Kel’dorei se lo tendía con gesto afable a un Alto elfo el cual lo depositaba en las manos de un humano de gesto inexpresivo. En la otra hoja de la puerta se podía ver como una Renegada sostenía el libro en alto, con cierta veneración, brindándoselo finalmente a un serio Sin’dorei.
La elfa levantó la mano y, con unas palabras que identificó rápidamente como mágicas, la puerta se abrió, dejando paso a una gran sala.
Cortinas de seda púrpura cubrían casi por completo las paredes. La alfombra de esta sala parecía estar casi intacta, inalterada por el paso de los pies. El color plateado de esta era más lustroso y ejercía un fuerte contraste con el enorme dibujo de un libro abierto que se hallaba justo en el centro.
Multitud de velas titilaban otorgándole a la estancia un aspecto mucho más lúgubre que el resto de salas que había encontrado por el camino.
La sensatez gritó en su mente con voz aguda. Esa sala parecía algún lugar importante y la palabra importante y peligroso solían ir unidas en su profesión, pero también había otra palabra que le describía perfectamente… curiosidad.
Había llegado hasta ahí siguiendo ordenes estrictas y era de los mejores en lo suyo, recapitular la máxima información necesaria.
Cogió aire y penetró en la estancia, siguiendo a la elfa con el corazón en un puño.
La puerta se cerró fuertemente a sus espaldas, no le sorprendió, se lo esperaba.
Varías figuras aparecieron frente a el, surgidas de la nada mientras la embajadora se giraba y tomaba su sitio a la izquierda de lo que parecía una figura autoritaria que cubría su semblante con una máscara de brillante metal pintado de púrpura.
Cuatro figuras la cortejaban. A su derecha un elfo de platino cabello embutido en cuero negro se cruzaba de brazos con una media sonrisa en los labios mientras acariciaba la empuñadura de sus espadas. A la izquierda la embajadora observaba al Kel’dorei con seriedad mientras las sombras bailaban entre sus dedos.
Una tercera figura se encontraba detrás. Un elfo de oscuro y largo cabello suelto observaba la escena casi divertido, dedicándole una media sonrisa altanera, como el que ve a un ratón acorralado por un gato.
En una de las esquinas se escuchó una risa que le puso los pelos de punta. Una renegada que portaba una macabra armadura apareció en la estancia, colocándose al lado de la embajadora, dándole un codazo divertido.
Sabía que no saldría con vida de ahí, pero aún así, fijo la mirada en la figura que cortejaban, quería saber quien iba a ordenar su muerte, quien sería su juez, jurado y quizás verdugo. No esperó encontrarse con aquella imagen mientras la figura se desprendía de su máscara.
Una pálida sin’dorei de dorado cabello le dedicó una sonrisa que casi pudo definir como dulce mientras le clavaba una mirada verde vil. La joven se encontraba embutida en una ornamentada armadura de placas que contrastaba en sobremanera con su inocente rostro.
-Bienvenido al Filo… -dijo melodiosamente en común con un marcado acento. –No sé quien eres… pero veo en tus ojos que has aceptado tu destino. Solo espero que estés en paz contigo mismo… Gäbst… -la elfa le hizo un gesto al elfo que acariciaba sus armas casi con deseo –Cumple tu cometido…-
Dicho esto la sin’dorei apartó la mirada mientras el Kal’dorei agachaba la cabeza esperando su destino. Jamás supo porqué, pero su último gesto antes de que la oscuridad se cerniera sobre el, fue una sonrisa.